sexta-feira, 30 de julho de 2010

Vinicius, 4 anos despues


Decirte que no hacia falta que te fueras de esa manera es algo que resulta obvio. Primero, porque ya no estas aqui para oirme, segundo, porque de nada habria servido decirtelo antes, mis palabras no habrian tenido el menor efecto.

Trastorno depresivo, inadaptacion social, hipersensibilidad frente a un mundo que se desmorona, cobardia, aislamiento, angst adolescente, valentia, mucho se ha escrito sobre los motivos que te llevaron a creer que la vida no valia la pena. Ahora poco o nada importa. Cada uno es libre de hacer su propia valoracion. Probablemente todas esas interpretaciones tengan algo de verdad.

Es posible incluso que todo ese sufrimiento, demasiada carga para unos hombros tan debiles, pudiera haberse solucionado con unas cuantas dosis de pastillitas azules capaces de regular los niveles desequilibrados de los neurotransmisores de tu cabeza.
O a lo mejor tu inteligencia privilegiada te permitio asomarte al abismo y ver con claridad lo que los demas mortales apenas conseguimos sospechar. La verdad nunca la sabremos y, de hecho, puede que sea mejor asi.

El caso es que llego un dia en que te negaste a seguir intentandolo. O mejor dicho, puede que tras meses de intentarlo en vano, probablemente, mas por tu familia que por ti, acabaras convenciendote de que no habia otra solucion. Una mente sumamente racional es capaz de las peores atrocidades para con uno mismo. Al fin y al cabo, el infierno somos nosotros.

En tu inmensa frustracion, decidiste pedir la ayuda equivocada a tus amigos virtuales, amigos que desinteresadamente te ofrecieron diferentes maneras de poner fin a tu existencia con el menor sufrimiento posible.
El dia senalado no te temblo el pulso y te mantuviste conectado al ciberespacio en el que te habias dado a conocer, informando fielmente a todo aquel que quisiera leerte en tu avance hacia una muerte anunciada y premeditada. Y asi de facil, paren el mundo, que me bajo, te saliste por la puerta de atras dejando un mar de preguntas y desconsuelo.
Cuatro anos despues de tu marcha tu musica aun sigue viva propagandose por la Red y despertando admiracion en los 5 continentes.

Quiero creer que si hubieras conseguido aguantar un poco mas y dejar atras esa edad dificil habrias dejado de ser tan vulnerable y hoy estarias disfrutando del exito que sin duda te estaba reservado. Infelizmente, eso ya no lo veremos. Apenas quedan unas cuantas canciones que son testigo de tu genialidad, paginas sueltas del gran libro que nunca llegaras a escribir y del que nos privaste para siempre aquel 26 de julio del 2006.

Aun cuesta creer que detras de esas letras que hablan de sufrimiento adulto se escondia un muchacho de apenas 16 anos con dificultades para relacionarse en el mundo real y que sin embargo, gozaba de la admiracion y respeto de sus amigos virtuales.

Ya han pasado tres anos desde que conoci tu historia- te habias ido 1 ano antes - y aun me resulta increible pensar como un chaval de Porto Alegre (Gay Harbour, como solias referirte a tu ciudad) fuera capaz de componer y escribir letras con tanta fuerza y sensibilidad.

Hoy Yonlu cumpliria 20 anos.

sábado, 10 de julho de 2010

Casi, casi, Itaca

Llegar a Heathrow tras casi 12 horas de vuelo, desembarcar ordenadamente, subir y bajar escaleras mecánicas, pasar el control de inmigración sin colas ni grandes ceremonias de los pasajeros nacionales y comunitarios, recoger la maleta Samsonite de color negro que ya da vueltas impaciente en el carrusel de la cinta automática, ser interceptado por un joven agente, alto, rubio, inglés, que interrumpe mi paso decidido al cruzar bajo el cartel verde de nothing to declare y que tras las preguntas de rigor, de dónde vienes (from Sao Paulo), para cuanto tiempo te quedas (just for 1 day), revisa mi pasaporte y al percibirse de mi nacionalidad me pregunta por mi previsión al partido del domingo, final de la Copa del Mundo.
- 2-Null for Spain, le digo sin titubear, a lo que acto seguido, me sonrie, pone de vuelta el pasaporte en la mano y deseándome suerte, me permite continuar mi camino.
Bajar, por primera vez al metro, al London Tube, tras los casi 3 años que llevo viviendo en Brasil. Espero apenas 2 minutos hasta que llega mi tren, inicio de la Picadilly Line. Voy leyendo los nombres de las estaciones indicadas en los mapas que cuelgan en las paredes de los andenes por los que pasamos y que, tan familiares y tan remotos al mismo tiempo, remueven mi conciencia y sensibilidad. El jet-lag sin duda me hace especialmente sensible y me siento confundido por mil sentimientos contradictorios al recordar momentos y escenas relacionadas a cada una de las estaciones; Osterley Park, Earls Court, Wimbledon, final de la District line.
Porque fueron 7 años los pasados en esta ciudad donde (aún) tengo casa y amigos. Un pedazo importante de mi juventuz e inicio de la madurez al que apenas había dedicado tiempo para pensar durante el último lustro. Buen ejemplo de moving on, como dicen los ingleses.
El penúltimo episodio de mi vida reducida a imágenes de cartón postal que no reflejan las vivencias y transformaciones íntimas que han jugado un papel clave en la formación de quien hoy soy.
Durante el trayecto que me lleva desde Heathrow a Earl´s Court observo a las personas que entran y salen del vagón que a cada estación se va llenando cada vez más. Es viernes por la tarde y hace un sol de justicia. 34 C había anunciado orgulloso el piloto poco antes, al posar el gigantesco 777 con docilidad y darnos la bienvenida al Reino Unido. El típico día soleado que en Londres, por infrecuente, casi una raridad, siempre es celebrado con explosiones eufóricas de sus habitantes que toman al asalto los diferentes parques, jardines y terrazas de la ciudad. Un día en que quedarse en casa en lugar de salir para disfrutar del sol es considerado casi como una ofensa nacional. A mí, la persona más feliz del mundo al ver llover, esos dias siempre me parecieron deprimentes.
Antes de acudir al Costa Café del Soho para encontrarme con los amigos a los que no he visto desde mi marcha a Brasil, decido acercarme a West Norwood para echar un vistazo al apartamento con la excusa de conocer personalmente a la actual inquilina.
La entrada medio cutre a la que se accede al edificio victoriano de tres plantas por una calle trasera, paralela a la calle comercial a la que dan las ventanas del piso, con su algún que otro mueble abandonado y bolsas de basura, las cartas y los varios sobres de publicidad desparramados por el pequeño rellano que me dan la bienvenida mientras subo a grandes zancadas hasta el 3 piso, me produce un gran contraste con el acogedor estado del apartamento.
Afortunadamente, Nathalie, la abogada soltera que comparte el piso con su pez de colores -previa autorización por escrito- y su colección de novelas románticas, no necesita esforzarse demasiado para convencerme de que es una maniática de la limpieza y el orden.
Respiro aliviado y tras los formalismos habituales abandono el piso aliviado pero también con un cierto sentimiento de envídia al ser ella quien está disfrutando del apartamento y no yo. Por un momento me imagino como sería vivir allí con Matt, proyecto con el que habíamos fantaseado en numerosas ocasiones, y decido que solamente podría considerar seriamente la idea de vivir algún día en Londres si fuera para vivir felíz en pareja. Por algún motivo, de repente la vida de soltero en una ciudad como Londres se me antoja insoportable.
Mi paso rápido de apenas 18 horas por la ciudad que me acogió y cuidó de mí hasta mi recuperación por completo de un batacazo profesional a finales del año 2000 (y un día hablaré de AENA) y en la que no fuí ni más feliz ni menos que en cualquier otro sitio - la felicidad, dicen, la llevamos dentro- hace que mil sentimientos se agolpen dentro de mi a la mañana siguiente durante los escasos 30 minutos que tarda el Gatwick Express en llevarme de Victoria St. al aeropuerto.
Filas ordenadas, hordas de turistas ingleses en su mayoría matrimonios jóvenes con hijos de corta edad cargados de maletas y carritos plegables, grupos de amigos en chanclas, shorts y gafas Ray-Ban camino de Ibiza y sucedáneos (la verdad, tanto daba Espana, que Italia o Grecia) en busca de las 3 eses (sun, sea & sex), la inevitable camiseta de Superman o el ridículo sombrero mexicano adquirido durante las vacaciones el año anterior en algún lugar de Gran Canaria, el chico en la fila del check-in que lleva la misma camiseta que tu y con el que evitas la mirada mientras piensas en cómo la misma ropa en otros nunca les queda igual que a uno. O les queda mucho mejor o mucho peor, pero nunca igual. Un insufrible padre de familia que viaja con una prole de número indeterminado a juzgar por la numerosa parafernalia y complicada logística con la que dificulta la colocación del equipaje de mano a los demás pasajeros, entre los cuales yo me incluyo, en los compartimentos superiores de la cabina, que luce con orgullo una apretada camiseta de Ghostbusters que oprime su vientre abultado y que confirma, sin necesidad siquiera de decírlo, su pertenencia a la tribu de los nerds.
El vuelo de dos 2 horas y 20 minutos de los cuales me paso durmiendo 1 hora y 40 minutos tras una larga noche de rumba, como se refieren los colombianos al salir de fiesta, marcada por poco sueño, el ya mencionado jet-lag y una dosis excesiva de paracetamoles.
De repente, y sin apenas darme cuenta, me encuentro en casa.