sábado, 29 de janeiro de 2011

Chus

-Residencia Ballesol, buenas tardes, respondió la voz de una mujer de mediana edad que parecía amigable. Sin duda una de las primeras diferencias, pensé, entre una residencia de la tercera edad privada como esta de una publica, mas conocidas vil y llanamente como asilos
Hola, quisiera que me pongan con la habitación 314, con Maria Jesus Argentil, conteste hacienda seguidamente una pausa, consciente del pequeño
delay de varias décimas de segundos hasta que le llegara mi voz debido a la larga distancia.-Un segundito, por favor, dijo la mujer, vamos a llamar a la enfermera de planta para que atienda su llamada y le acerque el teléfono a la cama.

Mi tía Chus había sido ingresado el día anterior después de una breve estancia en el hospital al que la habían llevado de urgencia tras una noche en la que se levanto para ir al bano y le fallaron las piernas y los músculos. Amparo, la chica que se quedaba todas las noches para hacerle compania había llamado a mi madre y accionado los mecanismos de emergencia que desde hacia varios anos estaban listos para cualquier eventualidad que lo requiriese, dado lo avanzado de su edad.

Y es que a tan solo unos meses de cumplir orgullosa sus 99 anos, mi tía había excedido cualquier expectativa de vida, tanto en duración como en calidad, superando ya con varios anos a sus tres hermanas, una de ellas, mi abuela, que habían tenido también una vida longeva y conseguido superar la marca de los 90 anos.

Tras unos segundos de espera acompañado por música clásica respondió una voz joven con acento sudamericano y sumamente agradable quien, tras presentarse como Alina, coloco al teléfono a mi tía.

Quien eres, eres Juan? Decía mi tía con voz que denotaba aun la confusión que sentía desde el traslado del hospital en ambulancia y su llegada a su nuevo hogar provisional.

-No, tía, soy el guachejo, Jose, tu sobrino que te llama desde Brasil, me oyes ahora?como estas?

-Que dices, eres Manolo? Insistía ella - Porque no me dices quien eres? Pregunto al tiempo que se alejaba del auricular para decirle a la enfermera -no se quien es, no le oigo.

Poco antes ya había llamado a mi madre quien me había puesto al día de los acontecimientos.No veas lo que he sufrido esta semana a vueltas con lo de llevarla o no a la residencia. El caso es que en el hospital ya le daban el alta, y claro, en casa no puede estar, necesita cuidados constantes y yo ni siquiera podría levantarla, me confesaba.Y es que en mi familia lo de llevar a alguien a una residencia era una cosa que ocurría en otras familias, no en la nuestra. Ni mi abuela ni mis otras tías abuelas, todas ellas casi centenarias, habían pasado por una residencia. Habían vivido tranquilas en su casa hasta un ultimo y transitorio paso por el hospital rodeadas y acompañadas en todo momento por los miembros de la familia.

-Mira, le había dicho Dona Trini, la medica de la familia que nos había tratado a todos desde hacia mas de 30 anos, yo también trabajo en esa residencia por las mananas y podré pasarme a verla todos los días. Al fin y al cabo, hay que verlo como una estancia para hacer rehabilitación, hasta que recupere las fuerzas en las piernas y consiga valerse por si misma. Con un poco de suerte, haciendo rehabilitación todos los días, en dos semanas podrá irse a casa, aunque sea tan solo para poder moverse por casa.

La posibilidad de llevarla a una residencia para hacer rehabilitación le había sido suministrada con extrema cautela. La palabra residencia, tabú en nuestra familia, había estado ausente durante toda la conversación en la que se le había presentado claramente la necesidad de ir a una clínica de rehabilitación para poder recuperar el andar.

El asunto no era baladi, ya que desde que la recuerdo, sus dos mayores miedos eran justamente el verse un día paralizada (impedida, como solía decir ella) o abandonada en un asilo. Quizás fue ese miedo de verse postrada en una cama o una silla de ruedas lo que le ayudo a entender que hacer una rehabilitación era la opción mas acertada para poder recuperar las fuerzas y verse cuanto antes de vuelta en casa, por lo que acepto sin mas el traslado.Durante el traslado en ambulancia y toma de posesión de su nueva habitación se mostró inusualmente callada. Con los ojos cerrados pero atenta a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, se dejo llevar y ser recibida personalmente por la directora del centro y por la cara amiga de Dona Trini (No te imaginas lo cariñosa y lo bien que se esta portando con la tía, me había dicho mi madre al teléfono) y esperado muy calma mientras mis padres cumplían los pertinentes tramites burocráticos.

Y es que Chus siempre ha sido la tia mas gamberra de la familia. Su caracter travieso y provocador contrastaba con el de sus otras hermanas, mas correctas y modosas.

Maestra de profesión, como la mayor parte de las mujeres de la familia, había enviudado sin hijos a edad relativamente joven, por lo que los últimos 40 anos los había compartido con otra hermana, mi tía Engracia, también maestra y viuda sin hijos y con la que había formado una autentica pareja de hecho, llena de discusiones y roces pero unidas por un fuerte lazo de dependencia mutua y afecto.

Desde que se quedara sola tras la muerte de su hermana, hace ya once anos, había continuado haciendo gala de su feroz independencia continuando en el mismo piso de Ruzafa, barrio valenciano tradicional por excelencia que en los últimos tiempos había sufrido una paulatina transformación tras la llegada masiva de emigrantes, en su mayoría chinos y marroquíes, junto con urbanitas jóvenes y alternativos cuya variopinta mezcla daba un aire cosmopolita a lo que tradicionalmente había sido un barrio poblado principalmente por marujas camino del mercado.

Todos esos cambios que habían sacudido el barrio en los mas de 70 anos desde la llegada de mis abuelos a la calle Puerto Rico, los primeros de la familia en instalarse en el barrio (seguidos por las siguientes generaciones que también habíamos terminado viviendo por la misma zona) parecían haber pasado de largo por el portal de su casa. Bastaba cruzar el umbral y acceder al recibidor para darse cuenta de que por algún motivo el tiempo no había conseguido recorrer aquel largo pasillo que daba a la sala comedor para detenerse inevitablemente entre sus aparadores con fotos enmarcadas de los sobrinos y muebles antiguos con estanterías repletas de best sellers y colecciones y enciclopedias y recuerdos de viajes por Europa cuyo polvo acumulado Amparo, la chica de día, limpiaba con mas rutina que esmero.

A pesar de su buen estado tanto físico como psíquico, se había hecho evidente que necesitaba alguien al lado, por lo que al final había accedido a tener de lunes a viernes a una chica que le acompañara durante el día y otra que se quedara con ella durante la noche. La única condición que habia puesto fue que no se contrataran ni americanas ni aventureras, como ella se refería a cualquier mujer que viniera de fuera de Valencia, que de esas no me fío...