sábado, 20 de novembro de 2010

Cosas de la vida

El mero hecho de perder el telefono el viernes por la tarde fue suficiente para amenazar echar por tierra una semana trepidante de viajes de larga distancia y nuevas experiencias entre las que destacaria haber asistido a la carrera de Formula 1 en Abu-Dhabi, haber montado brevemente en camello por primera vez en mi vida y haber fumado narguile con sabor a manzana asistiendo al espectaculo de la danza del vientre de una moza sirio-libanesa recostado comodamente entre cojines y alfombras sabiamente dispersas por una jaima en medio del desierto y con varios tatuajes de henna secandose en diferentes partes de mi cuerpo (un escorpion en el brazo, una cobra en el tobillo y Yussuf, mi nombre en arabe, escrito en el antebrazo).
Y es que resulta que ayer viernes, al volver a la oficina despues de haber salido a comer con una colega de Munich (y su novio 20 anos mas joven que ella) de escala por Sao Paulo a la vuelta de sus vacaciones por el nordeste de Brasil, me doy cuenta de que habia perdido mi blackberry.
Desesperado, angustiado y atacado de los nervios a partes iguales me pongo a buscar por todas partes el dichoso telefono por lo que no consigo salir antes de la oficina como era mi intencion para evitar el trafico de la hora punta y poder ir a la sinagoga como todos los viernes.
Viendome parado en la avenida Faria Lima por mas de 40 min y visto que no iba a conseguir llegar a tiempo, decido renunciar a mi Cabalat Shabbat semanal y dando un volantazo me salgo por una via lateral y pongo rumbo a casa con la intencion de encender solito las velas, cambiarme de ropa e irme a correr al parque de Ibirapoera a ver si se me despejaba la cabeza.
Aprovecho que paso por casa para ver mis emails y dar un rutinario repaso a los titulares de elpais.com y otros periodicos espanoles cuando veo que se conecta mi madre y nos ponemos a conversar un rato.
Despues entro en Facebook y se me ocurre, asi sin motivo alguno, colocar en el buscador de amigos el nombre de un amigo al que habia perdido el rastro hace mas de 15 anos.
En esos casos normalmente aparecen varios perfiles de usuarios con el mismo nombre pero de diferentes paises entre los que tienes que buscar el correcto. Como sea que en esta ocasion me aparece unicamente un perfil con ese nombre, lo que en si, ya es raro, decido enviarle una invitacion a pesar de que la foto del perfil muestra la imagen de un recien nacido, lo que me hace dudar mucho de que se trate efectivamente del perfil de mi amigo.
Para mi sorpresa, en menos de 2 minutos recibo la notificacion de que el convite ha sido aceptado y ha sido incluido en mi lista de amigos. Intrigado, entro en el perfil y veo que la informacion del usuario confirma su lugar de residencia actual, Valencia. Tras ver los albumes de fotos que muestran multiples viajes por Africa y Asia entiendo que sin duda alguna se trata del mismisimo Gunder, mi amigo sueco-boliviano nacido en Liberia y criado en un internado en las montanas del norte de la India que conocia de mis veraneos de juventud en El Saler y de quien habia perdido todo tipo de contacto.
Es cierto que nuestros caminos se habian cruzado ya una vez por pura casualidad en el aeropuerto de Frankfurt donde yo trabajaba los fines de semana y el estaba de camino hacia la India. Estoy hablando de mi epoca de estudiante hace apenas 17 anitos...Es mas, la ultima informacion que tenia de el me vino mucho mas tarde a traves de una amiga comun de la que, por las vueltas de la vida, acabe siendo vecino en Londres hace 10 anos y que una noche me habia contado en medio de la confusa nebulosa que provoca el consumo excesivo de hashish que creia haber oido decir que le parecia que le habian dicho que se habia ido a vivir a Botswana a montarse algun tipo de negocio, pero que, de cualquier manera, no le hiciera mucho caso.

Aun incredulo por estar conversando realmente con el a traves del Facebook despues de tantos anos de separacion, me dice, para mayor alucinacion mia, que tambien esta en Sao Paulo, es mas, que en ese momento me escribe desde su cuarto de hotel en la avenida Ibirapoera en el barrio de Moema, literalmente a 5 minutos a pie de mi casa.
Yo, como se dice, flipando en colores, propongo encontrarnos en la entrada de su hotel donde le recojo 30 minutos mas tarde.
Nos reconocemos enseguida a pesar del tiempo transcurrido. Decidimos caminar un poco y meternos en uno de los escasos bares que no cuenta con musica en vivo un viernes por la noche para poder conversar tranquilamente y ponernos las respectivas vidas al dia.
Me cuenta de sus experiencias en Botswana, de su vida en Vietnam, su ex-novia brasilena de Goiania que le ha hecho papa hace apenas dos semanas y de sus varios proyectos emprendedores junto con unos socios valencianos que van a llegar al dia siguiente y de como, si las cosas salen segun planeado, piensa mudarse a vivir aqui el ano proximo.
En compania de las caipirinhas y los numerosos fantasmas del pasado hablamos durante horas intentando resumir de manera coherente casi 20 anos de la vida de cada uno.

A la manana siguiente, sintiendo aun la resaca que me provoca siempre la cachaca pienso que si no hubiera perdido ayer el telefono y tener que buscarlo por todas partes no me habria atrasado ni habria tenido que enfrentar el trafico de hora punta de fin de semana, habria conseguido llegar a tiempo a la CIP, no habria pasado por casa ni habria entrado en Internet, no se me habria ocurrido buscar su nombre en Facebook ni mucho menos nos habriamos encontrado en Sao Paulo.

La vida, in its own way, tiene su gracia.

sexta-feira, 5 de novembro de 2010

La maleta y la dignidad

Verme en la calle con una maleta, por las razones que sean, me hace siempre sentirme vulnerable. Es como si la situacion tuviera algo de indigno, aunque no sepa muy bien explicar el porqué.
Por motivos que desconozco, ir por la calle con una maleta me hace sentir víctima propícia a algún tipo de burla o de agresión. La sensación es en esos momentos similar a la vulnerabilidad que se siente al salir descalzo a la calle.
En cierta manera entiendo que la dignidad de la persona es inversamente proporcional al tamaño de la maleta que lleva. La indignidad es menor si el tamano y peso de la maleta es reducido y le permite a uno llevarla con facilidad y sin esfuerzo aparente, sin necesidad de arrastrarla. Andar arrastrando una maleta por la calle es arrastrar la diginidad de cada uno. Es penoso a la vista.
Cuando se da la infeliz circunstancia de tener que desplazarme por la calle arrastrando una maleta grande, el sentimiento de humillación que me sobreviene es inevitable.
En ese momento, no hay indignidad mayor. Ni siquiera el hecho de tener ruedecitas incorporadas colabora para evitar esa sensacion. Es por eso que siempre que veo alguien por la calle arrastrando una maleta no puedo evitar dirigirle miradas de conmiseración y lástima.
Nadie debería exponerse de esa manera a ser visto en público arrastrando una maleta por la calle, ni aunque sea para recorrer el corto trayecto desde la parada del bus hasta el portal de casa.
Tampoco deberia nadie andar subiendo y bajando con maletas las escaleras del Metro, mucho menos en horas punta. No solo es patetico sino que tambien contraproducente y peligroso.
Por favor, tengan juicio y hagan uso del transporte publico o privado que este a su alcance, cojan el tren, el taxi, el servicio transfer, un shuttle bus gratuito, un autobús de línea por más regular que sea.
Cualquier cosa antes que ir por la calle cargando maletas.