domingo, 15 de novembro de 2009

El muneco de cera

Las ultimas palabras de mi abuelo Marcial fueron apenas susurradas. Poco antes de dar su ultimo suspiro exhalo un mancheguisimo "Pos odo!" apenas audible pero que dejaba claro su agobio despues de recibir de mi tia Aurelia en el ultimo momento todos los recados que tenia que pasar a los familiares que llevaban muertos muchos anios y con los que supuestamente iba a encontrarse en breve. Y es que mi tia Aurelia era una devota cerril del Espiritismo; ya en sus visitas semanales al Centro Espirita Allan Cardec de la ciudad habia intentado en vano contactar con sus familiares ya fallecidos.
Mi abuelo sonaba con frecuencia con la tata Astrud, su mujer durante mas de 60 anos y tambien con sus hermanos y sus padres, todos ellos fallecidos hacia decadas. En sus suenos continuaban reuniendose todos en plan conclave familiar para jugar al parchis o a la brisca montando las timbas mas ruidosas y alegres del Mas Alla y en las que aprovechaban para decirle que ya estaba bien de hacer el gamberro ahi abajo, que a que estaba esperando para morirse de una vez y reunirse con ellos, su familia. Lo cierto es que a sus 99 anos mi abuelo tenia mucha mas familia al otro lado que en este. "Pero es que no te has dado cuenta, tu sitio ya no esta mas ahi!" le renian carinosamente. Y mi abuelo, con el mismo caracter jugeton de cuando era joven, se reia en su cara consciente de la enorme travesura que suponia el hecho de aun estar con nosotros. Su madre, mi bisabuela Dolores, una mujer en vida de caracter firme como su mono severamente recogido hacia atras, le reprochaba con un fingido tono serio, "seras espantajo, mira que ya son ganas de..de...."sin llegar a poder acabar nunca la frase pues ocurria que mi abuelo siempre se despertaba en ese momento.

El dia que mi abuelo murio despues de cuatro paradas cardio-respiratorias yo tenia 13 anos y recuerdo que fuimos a verle al velatorio. En el ataud colocado en el centro de la sala, apenas iluminado por cuatro luces electricas que imitaban aquellos cirios altos con soporte metalico, nos encontramos con lo que parecia ser el pero que en realidad solamente podia ser un muneco de cera, eso si, muy bien hecho. Al verlo no pude evitar sentir el mismo escalofrio que senti al encontrarme por primera vez ante las figuras terrorificas de asesinos y criminales expuestos en el Dungeon del Museo De Cera de Madame Tusseaud.
Sin embargo la sensacion que prevalecio no fue de susto sino la de una enorme extraneza. El muneco de cera que habian colocado en el ataud reproducia al detalle sus rasgos, su pelo aun medio alborotado, las manchas de la piel alrededor de la mejilla y en las manos, nervudas y grandes que yacian entrelazadas sobre la pechera de su elegante traje de los domingos. Al muneco de cera que tanto se parecia a mi abuelo lo habian vestido con sus ropas favoritas, incluso le habian colocado aquella corbata roja que le habiamos regalado los nietos y que tanto le gustaba. Habian cuidado hasta el mas minimo detalle para hacernos creer que ese muneco de cera era mi abuelo. Incluso se habian tomado el trabajo de colocarle su sortija de plata con sus iniciales y su viejo Certina de oro con la correa de cuero desgastada.

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