domingo, 3 de julho de 2011

La gracia y la decadencia

La vida es graciosa por excelencia. Y cuando digo graciosa no lo digo en el sentido isabelino sino en el sentido de curiosa, de divertida, de inesperada y de sorprendente. Ahí es nada.
Mientras Matt está aún viajando por España, terminando ese viaje que tan mal comenzó y que, faltando apenas unos días para terminar, no tiene visos de mejorar mucho (me refiero a la pérdida de la cartera nada más llegar a Barcelona, desencuentros y problemas con la amiga la que iba a visitar, transferencia de dinero que no llega, teléfono que deja de funcionar dejándole incomunicado y un largo rosario de penalidades apenas aliviadas por su breve estancia en Valencia mimado por mi hermana y por Quique) yo estoy en el sofá de casa tapado con la mantita y en compañía de Fran en esta noche de lunes inusualmente fría para el invierno brasileño (las temperaturas bajaron hasta los 2.5 C, lectura inaudita, según los noticieros, desde el 2003). Estamos viendo una película antígua convertida en clásico cult -especialmente entre decadentes carrozas gays- desde su mismo estreno en 1962. La película en cuestión es Qué Fué de Baby Jane?, el terrorífico mano a mano de Bette Davies y Joan Crawford que forma parte de mi colección particular de películas antiguas, (colección pequeña, heterogénea y definitivamente mitómana sin llegar a los niveles del cinéfilo de Terenci)
Fran, que me lleva tan solo 5 meses, es director ejecutivo de la filial española de una multinacional farmacéutica en Madrid. Llegó a São Paulo la semana pasada para quedarse unos días y estudiar la propuesta que le han hecho de quedarse 6 meses y poner orden en la casa.
A Fran lo conocí al poco de volver de Alemania en un lejanísimo verano de mi juventud hace unos 16 años y como no podía ser de otro modo, retomamos el contacto hace sólo un par de años por la gracia divina del Facebook.
Y como la vida es así de curiosa y de simpática - fíjate tu que gracia- pues aquí estamos, a años-luz tanto en tiempo como en kilómetros, en el sofá de mi casa viendo la misma película clásica que no había vuelto a ver desde hacía años, probablemente desde que vivía en Londres. La película no ha cambiado, sigue siendo la misma, sin embargo nosotros si que hemos cambiado en ese tiempo. Hay matices y lecturas que me parece que son nuevas y que no estaban antes. No cabe la menor duda de que si alguien ha cambiado, ese soy yo.
La relación enfermiza de las dos viejas glorias de Hollywood que viven prácticamente aisladas del mundo en una mansión tan solo visitada por la empleada negra y que es el único legado de su pasado glorioso me trae a la mente otra decadencia, esta vez real. La de Edith Beale Bouvier y su hija del mismo nombre (conocidas artísticamente como Big Edie y Littel Edie) de la que somos testigo gracias al magnífico documental Grey Gardens.
Aclamado por la critica y convertido en filme cult desde su estreno en 1975, el documental y el peculiar estilo de sus protagonistas inspiro a modistos, un musical de Broadway e incluso un remake interpretado por Drew Barrymore. En el vemos snapshots del día a día de madre e hija (tía y sobrinas de nada menos que Jackie Bouvier Kennedy) en su mansión de East Hampton rodeadas de sus 80 gatos y montañas de desperdicios, viviendo de un pasado glorioso en la farándula que de alguna manera, continua vivo en la cabeza trastornada de las protagonistas. Littel Edie, al igual que Baby Jane, aun suena con una vuelta a los escenarios en busca de su oportunidad perdida al tiempo que hace exhibición de sus habilidades para el canto y el baile frente a una cámara incrédula ante la ceguera de ambas a las condiciones insalubres en que viven y que testimonian su decadencia mas absoluta.
Nuestro equivalente nacional, salvando las distancias, seria la vida de la viuda y los tres hijos de Leopoldo Panero en su casa senorial en Astorga cayendose a pedazos -metafora viva del Franquismo (movimiento cuya grandeza ensalzara el padre ausente) como nos la mostraba primero Jaime Chávarri en El Desencanto y dos décadas mas tarde, tras la muerte de la madre, Felicidad Blanch, en la secuela de Ricardo Franco, Después de tantos años.

Los que me lean, por muy poco mitómanos que sean, entenderán perfectamente la fascinación que la vida de esos personajes provoca, especialmente la de Leopoldo Maria, el poeta esquizofrénico que nos escupe sus poemas salpicados de excrementos y bilis desde el otro lado del muro del manicomio de Mondragon.

Quien tenga curiosidad por saber más (aviso, sólo para fans impenitentes) puede leer Después de tantos Desencantos, de Federico Utrera y El Contorno del Abismo de J. Benito Fernandez.

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