sábado, 26 de junho de 2010

Patria, Dios y Futbol...

Y llega un buen sábado por la mañana, con la privacidad que me ofrece encontrarme sólo en casa y por tanto, sin necesidad de fingir ante nada ni nadie, en que me sorprendo encendiendo la TV con la intención manifiesta y declarada de asistir un partido de fútbol.
En princípio nada habría de especial en ese hecho pues se trata apenas de un hogar mas entre los millones de telespectadores que siguen los mundiales de fútbol tanto en Sao Paulo como a lo largo y ancho de Brasil y del planeta entero.
Por muy inaudito que pueda parecer en mi caso, el acto de encender la tele para ver el fútbol ha sido una elección personal y libre y que se ha impuesto a otras actividades alternativas tan sanas como podrían ser continuar con la lectura de la biografía de Chagall (ya en sus últimas 100 páginas), bajar a almorzar a mi padaria favorita (sábado es día de feijoada) o aprovechar el soleado día de invierno para acercarme y darme un par de vueltas por el parque de Ibirapoera (auténtico Central Park saopaulino).
Y de repente me sorprendo disfrutando como un enano del partido y celebrando el gol de Luis Suarez con el mismo entusiasmo que poco antes había celebrado el gol de Lee Chung -coreano monísimo, todo sea dicho- y una parte dentro de mí, alarmada, apreta mentalmente el botón de pausa que congela el momento para preguntarme cómo he podido llegar a este punto.

Déjame dejar primero una cosa bien clara; Er furbo ni me gusta ni me gustará nunca.
Primero porque nunca le vi sentido a ver a 22 adultos de calzon corto corriendo para arriba y para abajo detras de una pelota durante casi dos horas. Menos aún consigo entender el entusiasmo de las masas al ver ganar o perder a su equipo domingo tras domingo.
Sinceramente, siempre me ha parecido una triste pérdida de tiempo y con frecuencia he sido el primero en ridiculizar a toda esas afición desmesurada por la que me he visto rodeado en cualquiera de los paises donde he vivido hasta ahora, España, Alemania, Inglaterra, y Brasil, lo que se dice pronto.
Durante muchos anos de mi vida lo he odiado con la intensidad propia de quien se reconoce inepto para cualquier actividad deportiva que implique la coordinación de los miembros, inferiores o superiores, en contacto con un esférico de dimensiones indeterminadas, ya sean las de un balón reglamentario de futbol, de basquet o las diminutas pelotitas de ping-pong, que para el caso es lo mismo.
Desde niño he dedicado una gran dosis de la energía que me proporcionaban los Cola-Caos a odiar no solo al juego sino también a todo lo que venía a representar, verbigracia, la automática popularidad a la que eran catapulcados los compañeros del colegio más diestros con las piernas, la ostentosidad de una heterosexualidad implícita, su mal disimulado machismo, la superioridad del físico frente al intelecto, la selección natural del más fuerte, en fin, el triunfo de la burricie sobre la sensibilidad.
En mi intento por reafirmar mi voluntad de ser reconocido como diferente, el repelente niño Vicente que era se vanaglorió siempre de su supino desconocimiento de las diferentes formaciones de la Selección Nacional, de los últimos resultados del Valencia CF y su posición en el palmarés de la Liga o de quién fue el último ganador de la Copa del Rey o de la UEFA.
A mi entender, mi ignorancia en esos asuntos implicaba un reconocimiento automatico de una superioridad intelectual propia de almas mas sensibles y cultivadas. Ni que decir tiene que nunca pasó por mi cabeza el pararme a admirar la intensa preparación física que, como atleta de alto rendimiento, necesita un buen jugador para conseguir dominar del balón y driblar hasta zafarse de su oponente ni mucho menos pararme a pensar en la inteligencia, con sus justas dosis de estrategía y psicología, que es necesaria para conseguir una victoria.
En un mundo donde lo que no es blanco, es negro, las tonalidades gris quedan reducidas al mundo de la fantasía o del delírio.
Hay palabras y conceptos que en el código interno de mi entorno supuestamente progre, contestatario, laicista, y liberal siempre han estado envueltos de un peligroso tufo reaccionario. Me estoy refiriendo, como no, a los conceptos de Patria, Dios y Futbol (con perdón).

El tufo de las dos primeras, me llegó heredado de una generación que nació, creció y vivió la mayor parte de su vida secuestrada en un régimen nacional-catolico que de manera machacona se apropió de conceptos tan ambiguos y personales y cuya peculiar interpretación travestida de verdad absoluta se dedicó a ensalzar durante 39 largos años hasta terminar por vaciarlos de su rico significado personal. Nosotros, que en la Universidad nos considerábamos nacionalistas, aún nos resulta difícil reconocer en público alegría por el triunfo de la Selección Nacional (por no decir España, esa palabra que suena tan feo). El hecho de que La Roja esté formada por apellidos catalanes no es suficiente para abrir la coraza que envuelve el corazón nacionalista y dejarnos llevar por la corriente de furor futbolístico.
Entonces, que esta pasando conmigo? Que hace un supuesto catalanista, ateo y maricón agradeciendo a HaShem por el gol, digamos, de Iniesta, confirmando la ventaja de España sobre Chile? Será que a los 40 años, tras tantas renuncias y traiciones a mi mismo, las propias de la vida, he acabado por renunciar a tan altas aspiraciones y claudicado al embrutecimiento del circo romano?

Los amigos con los que estoy en contacto ininterrumpido a través del Facebook gracias a su aplicación para Blackberry que me permite compartir con ellos momentos tan importantes de mi día a día como que la fabada Litoral del día anterior me ha sentado fatal o el goteo del grifo del baño del vecino no me ha dejado dormir en toda la noche, no pueden menos que alucinar con el entusiasmo con el que sigo La Roja. Para tranquilizarles les digo que no se preocupen, que sin duda es la distancia del terruño que hace mas entrañable cualquier cosa que nos haga sentirnos más cerca de casa, que se acuerden de los anuncios de La Jijonenca o de como los emigrantes españoles en Lyon se ponían a llorar con los primeros acordes de pasodoble de Suspiros de Espana o para no irnos tan lejos en la Historia, los estudiantes de Erasmus en Mainz al escuchar el último del Bisbal...

Y es que, y aquí viene mi reflexión, no somos mas que unas tristes figuras cuyas vidas, marcadas por pequeñas y grandes alegrías o desgracias, no hacen mas que reafirmar la inevitable banalidad de nuestra existencia. Lo importante se convierte en banal bajo una mirada ajena e indiferente. La alegría y las lágrimas originadas por la pérdida de tu equipo de fútbol o la muerte de Michael Jackson, acontecimientos ambos a cuya transcendencia soy impermeable pero que, por motivos que desconozco, son capaces de llegar al corazón de tantas y tantas personas, son tan reales e intensas como mi satisfaccin al pensar en la captura de Eichmann en Argentina por agentes del Mossad hace 40 años o mi tristeza al leer sobre la enfermedad y muerte de Freddy Mercury. Cada uno de nosostros es prisionero de sus propias fílias y fobias.

Gusto y afinidad no se puede discutir ni mucho menos imponer. Ay, Benedicto, si me escucharas...

Um comentário:

  1. Coincido plenamente...
    Por cierto, Saramago ha muerto. Snif!
    Un fuerte abrazo. Al.

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