terça-feira, 12 de outubro de 2010

Las líneas de Nasca

Como habíamos combinado, a las 330 am ya estaba esperándome en la puerta Jorge, mi chófer particular, para llevarme a la estación de autobuses Cruz Del Sur con la que recorreria los 450 kms hasta Nasca. El día anterior le había comprado un paquete full day por $190 (Tras el regateo de rigor, había conseguido que me hiciera un descuento de $5) que incluía recogida del hotel y traslado a la estación, viaje en autobús de dos pisos con derecho a desayuno, paseo de avioneta de 35 min sobrevolando la extesión de 50 km2 en que estaban las famosas líneas de Nasca y vuelta de nuevo para Lima.
Durante el trayecto de 7 horas hice amistad com Herminia, una brasilera de S Jose Dos Campos que era corrdinadora del SAMU y que se bajó en el Parque Nacional de Paracas desde donde continuaría su periplo siguiendo la ruta de los Incas.
Cuando finalmente llegamos a Nasca me estaba esperando el representante de la agencia junto con otros dos pasajeros que habían bajado del mismo autobús, un ingeniero informático de Porto Alegre y Juan, un catalán de Tarragona con el que me hizo ilusión comunicarme en catalán y que me escucho ligeramente extranado ante mi mezcla de acentos y expresiones abrasileradas.
Cinco minutos después de montarnos a la furgoneta del guia llegamos al aeródromo al que habian puesto el nombre de Maria Reiche, la matemática alemana que había dedicado su vida a estudiar las más de 1.000 líneas y geoglifos descubiertos sobre la planície de Nasca y a la que los mas viejos del lugar aún recordaban examinando el área acompañado de una escoba y una gran paciencia.
En la pequeña terminal del aeródromo los turistas esperaban pacientemente su turno asistiendo un film en francés de la TV5 que exhibían los monitores distribuídos por la sala de espera mientras afuera los vendedores de souvenirs apropiadamente vestidos de indígenas ofrecían sus mercancias made in China aceptando soles, dólares americanos o euros.
El sobrevuelo en la pequena Cessna fué más breve de lo que me hubiera gustado, sin embargo fue suficiente para emocionarme al pensar en la posibilidad de que aquellas enormes figuras de animales (algunas median mas de 250m) y formas geometricas y trapecios cuyo origen y fínalidad continuan hasta hoy desconocidos, fueran efectivamente pistas de aterrizaje hechas por extraterrestres. Me prometí a mi mismo buscar y releer de nuevo los libros de Von Daniken que habían sido tan populares en los años 70 y 80 en pleno auge de la fascinación por los UFOs.
Tras el breve vuelo, comiendo en un restaurante de la calle principal junto con el catalán y el brasileño, quien por cierto, no me quitaba ojo de encima confiando sin duda en las discretas señales captadas por el radar interno que todos llevamos dentro, comentó mientras engullía enormes pedazos de pollo frito con ají como eran de peligrosas esas avionetas y cómo la semana anterior habían muerto los 4 ocupantes, dos de ellos turistas ingleses, al estrellarse el bimotor tras un fallo mecánico debido, probablemente, a falta de mantenimiento. Por lo visto, cada vez que ocurría un accidente, cosa que en los últimos tiempos se había venido repitiendo con sospechosa asiduidad, la empresa desaparecía para abrir de nuevo con un nombre y registro diferente. Por suerte, el informático había hecho sus deberes de casa antes de salir y se había asegurado que la empresa contratada para nuestro paseo fuera una libre de toda sospecha.
Tras un par de horas dejándome perder por las calles y plazas con viejitos indígenas secandose al sol (tengo que ir a comprar sellos, había dicho dejándolos bebiendo cerveza en el pequeño restaurante con la intencion de poder callejear a mi aire y curiosear por la ciudad) ya estaba de vuelta en el autobús de vuelta para Lima. Me dio rabia no tener mas dias y poder seguir hacia Cuzco y visitar Macchu Pichu y El Valle de los Reyes como mis compañeros de excursión. Queda pendiente para la próxima escapada.
En la estacion de autobuses de Lima, después de otras 7 horas de viaje y 450 kms de vuelta que me sobraron para acabarme la novela de Jaime Bayly e iniciar el libraco que me había comprado el día antes ("1491, Una Nueva Historia de la America Precolombina"), ya me estaba esperando Jorge acompañado por su novia, quien sospecho que era mudita ya que apenas se limito a sonreir en todo el trayecto hasta que me dejaron de vuelta en el hostal.

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