segunda-feira, 2 de maio de 2011

Alienación

Sin pretender ir de snob por la vida (primera mentira de este post), te juro que cada día me siento más alienado en este mundo que me ha tocado vivir.
Por ejemplo, no entiendo el furor que ha despertado la boda del principito inglés que ha hecho que miles de personas sigan el casorio desde la TV en vivo (por no hablar de los que durmieron en tiendas de campaña por las calles de Londres para poder ver desde primera fila el paso de la comitiva) ni tampoco entiendo la alegría o desgracia generalizada entre los seguidores del Barça o más cercano en este momento, del Corinthians.
Estar socialmente adaptado implica, entre otras cosas, que tengo que soportar con resignación y estoicismo que mis vecinos se pongan a gritar como locos desde el balcón cada vez que su equipo marca un gol. Todos los domingos por la tarde ocurre lo mismo, comienza un energúmeno a gritar en el momento del gol varios patios más abajo y a los pocos segundos su grito va multiplicándose con otras gargantas avanzando a lo largo de la calle hasta convertirse en un clamor estereofónico que acostumbra a terminar en una traca final.
De veras que lo intento, pero por algún motivo, mi predisposición por interactuar con el prójimo y mostrar una mínima empatía se revela insuficiente. Es difícil sentirte integrado en una sociedad cuando lo que abunda es, en el mejor de los casos, totalmente irrelevante y en el peor, simplemente jilipollez.
El problema es que a menos que me meta a traductor literario o me dedique a alguna actividad donde no precise de contacto con el mundo exterior (como por ejemplo, artesano de alpargatas), estoy condenado a relacionarme con desconocidos contínuamente. Visto así, el hecho de que en mi trabajo me vaya bien no deja de tener mérito si consideramos que en el trepidante y glamuroso mundo corporativo en el que me muevo y florezco, la relación personal suma por lo menos un 50% a la hora de cerrar un negocio. El resto lo dividiria a partes iguales entre el precio y la calidad del producto.

Como en esas ocasiones, prácticamente la totalidad de mis interlocutores son del género masculino (léase, machos) a la hora de establecer contacto o de cerrar un negocio los tópicos principales de conversación a los que aferrarse para romper el hielo son, por orden de prioridad; fútbol, mujeres, Brasil, mujeres brasileiras (versus mujeres europeas), coches, Gran Hermano y similares subproductos mediáticos masivos.

El hecho empíricamente probado de que tales intereses son basicamente idénticos, con variaciones locales pertinentes, en cualquiera de los países donde he vivido, demuestra el gran éxito de la globalización por democratizar la vulgaridad humana, esparcida a partes iguales entre la población sin diferenciar raza, credo ni condición humana.
Para mi desgracia, de eses 5 asuntos solamente soy capaz de mostrar un relativo interés por la posición 3 y la 5 (Brasil y coches) lo que ya en principio me deja en total desventaja frente a otros competidores más alpha men a la hora de confraternizar con el oponente en un terreno común.
El asunto de las faldas es curioso porque tengo amigos de la misma orientación que yo (digamos, orientación sur-sureste, mirando más bien hacia Gibraltar) que adoran la compañía femenina, que cuentan con grandes amigas, con un 90% de contactos en Facebook compuesto de fémeas, que hacen gala de paciencia para escucharlas parlotear durante horas de los asuntos más diversos que componen ese peculiar mundo, tan ajeno al mío, que es el universo femenino. Ellos, amigos y confidentes de sus grandes amigas, son incluso capaces de reconocer al instante una melena sana de una estropeada y definitivamente echada a perder por demasiadas permanentes y cambios de look
En mi caso, mi absoluta falta de interés e inmunidad nata hacia el hechizo femenino ha hecho que mis referencias se reduzcan a las de las mujeres de la família; madre, hermanas, primas, tías y tías abuelas, que ya de por sí solas abarcan un amplio y variado espectro de ese universo paralelo.

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