sábado, 18 de junho de 2011

Donde nunca se ponía el sol

Ayer viernes por la noche, tras celebrar la llegada del shabbat en la CIP, la sinagoga a la que pertenezco practicamente desde mi llegada a Brasil, quedé con Matt para ir a ver Midnight in Paris, la última película de Woody Allen que tanto me habían recomendado y cuyo estreno llevaba meses esperando.

Habíamos decidido verla juntos antes de su viaje a Europa y justamente la han ido a estrenar el dia antes de su partida. Hoy por la noche, en la madrugada de sábado para domingo, saldrá para Barcelona en vuelo directo de Singapore Airlines. Como aún no ha decidido que ciudades europeas va a visitar junto a Marina, la amiga con la que se va a quedar y que está terminando su intercambio universitario de un año en la ciudad condal, salió del cine con la idea en la cabeza de viajar a Paris y disfrutar de sus barrios bohemios y de sus cafes. Por mucho que le insistiera en que desgraciadamente el París de Woody Allen, como el mostrado en muchos otros casos por el celuloide (por ejemplo, en Amelie) hace tiempo que dejó de existir, su idea de verse paseando por sus callejuelas o fumando en la terraza del cafe Flora no le desanimó lo más mínimo. Hay películas que te dejan con unas ganas tremendas de visitar el lugar donde ocurre la historia y hay otras, en cambio que te dejan una impresión tan pésima que las quieres borrar mentalmente del itinerario de tu próximo viaje. Por ejemplo, un insensato que este planeando visitar Barcelona por primera vez y que cometa el error de meterese en un cine justo antes de viajar para ver la pelicula Biutiful (sic), la del Bardem, se encontrará con un panorama tan deprimente, oscuro y subdesarrollado que mas parecería que la historia se desarrolla en la violenta Ciudad Juárez que en la coqueta y justamente engreida ciudad catalana. No me cabe la menor duda de que cualquiera que haya visto tal film (dejando sus méritos artísticos aparte, que eso no lo voy a discutir) antes de un primer viaje a Europa con sus escalas de rigor por las principales capitales del viejo continente, querrá alterar en el último minuto su itinerario sustituyendo Madrid o Barcelona por Milan y Viena, opciones ambas mas seguras por tratarse de capitales de países fuera de toda sospecha.

Por su parte, Matt, inmune al desánimo y faltando unas pocas horas para embarcar, está, como buen futuro arquitecto que es, entusiasmado ante la perspectiva de visitar lugares tan emblemáticos como la Sagrada Família o La Pedrera en su primer viaje a Europa. Marina vive justamente en el Eixample, a pocas manzanas de la Plaça de Catalunya por lo que no tengo duda de que va a poder experimentar de primera mano la triste y desmitificadora realidad que se está viviendo estos días tanto allí como en el resto de las principales ciudades españolas. Mis denodados esfuerzos como embajador honorario (que no remunerado) por representar lo mejor posible a la Madre Patria allende los mares, e intentar vender una imagen de un país moderno y avanzado, do primeiro mundo, como suelen decir por aquí, se convertirán rápidamente a los ojos de Matt y de cualquier otro visitante primerizo, en aguas de borrajas ante el triste espectaculo de inestabilidad social a la griega que inevitablemente les espera. Un espectáculo mas trágico que cómico que comenzó un buen 15-M como un movimiento espontáneo de ciudadanos unidos por su hartazgo con la clase politica y que en pocas semanas ha degenerado hasta convertirse en, según que momento, una turba marginal y antisistema.

Tengo que reconocer que, a diferencia de amigos librepensadores como yo, ni siquiera en sus comienzos conseguí sentir demasiada simpatia por esa iniciativa ciudadana. Digamos que las manifestaciones histriónicas, por muy justificadas que sean, nunca han sido de mi devoción. Conste que admiro a quien tiene esa presencia de ánimo y entusiasmo por abrazar sus ideas y salir a la calle a reclamar mejoras sociales. El problema es que tras leer sus manifiestos resultantes de sus asambleas participativas al aire libre -ejemplo de democracia real- que fueron distribuidos de manera viral por las principales redes sociales, sus propuestas y llamamientos me parecen casi tan ingénuos e irrealizables como los deseos banales de una Miss Mundo venezolana. Grosso modo, que tengamos unos politicos honrados y unos banqueros compasivos, en fin, que reine la paz en el mundo y la justicia social. Al final, los responsables de todos nuestros problemas son, como siempre, el Gobierno y la clase política en general. Personalmente, yo creo que cada uno es en gran parte, responsable de su propia suerte y, por ende, de su destino. La clase política es un mal necesario como son los médicos y tambien los sepultureros.

No deja de sorprenderme la mala memoria de los mismos que hace unos años aceptaban sin rechistar las reglas del juego firmando alegremente hipotecas y asumiendo deudas para permirse lujos que quedaban muy por encima de sus posibilidades (todos queremos un adosado, un SUV 4X4 y pasar las vacaciones en Cancún) y que ahora pretenden romper la baraja y protestar, indignadísimos, ante lo que consideran condiciones abusivas de la banca.

Puede que sea hora de enfrentar la realidad. Puede que la realidad sea que pertenecemos a un país de tercera categoría, un país acomplejado y obstinado en no reconocer, por miedo a su desaparición definitiva, la riqueza y diversidad de sus diferentes pueblos, un país que esta a años luz de sus vecinos europeos, a los que envidia y le gustaria parecerse y de los que consigue imitar únicamente sus defectos y ninguna o pocas de sus virtudes. Un país perennemente en estado de quiebra cuya ruinosa fachada de cartón piedra se resquebraja al paso del automovil de Mr. Marshall quien, haciendo oídos sordos a nuestros fastos de bienvenida, ha decidido pasar de largo. Los indignados echan la culpa a la clase política quienes echan la culpa a los buitres y a los mercados financieros internacionales. Todo no pasa de ser una falacia, una conveniente mentira con apariencia de verdad que nos permite continuar con nuestra actitud de avestruz negandonos a enfrentar de cara el verdadero origen del problema, o sea nosotros mismos.

Ayer, viendo la pelicula de Woody Allen, desee que la Guerra de la Independencia no hubiera terminado con la derrota de las tropas napoleónicas y que los franceses se hubieran quedado, junto con sus instituciones, en nuestro país. Quizás así no nos encontraríamos hoy una sociedad embrutecida, acostumbrada al pelotazo y al choriceo oportunista (un intratable pueblo de cabreros, decía Miguel Hernandez y repetía Jaime) donde la victoria de un equipo de fútbol o las declaraciones en TV de una ex folklórica envuelta en turbios negocios inmobiliarios y su hijo imbécil tienen mas repercusión y genera más interés que los verdaderos problemas de nuestra sociedad. Hace tan solo 3 ó 4 años, en plena bonanza economica, los mas osados se atrevían a hablar de un supuesto surpasso con el que la economía española habría conseguido superar a la de nuestros primos italianos baseados en alguna peculiar interpretacin del crecimiento del PIB. Los mas estúpidos, cegados por la euforia, ya anunciaban que el próximo objetivo era superar a Francia. Y entre pelotazo y pelotazo, todo era celebrado y todo era posible. Y nuestro sentimiento de orgullo por ser español se sentía herido cuando el Financial Times y The Economist insistían en su cautela y se obstinaban en incluirnos, injustamente, en el grupo de los países llamados PIGS. Y es que la imagen divulgada por los medios de comunicación de una España en saldo y al borde de la quiebra no hacen sino aumentar la incertidumbre de los mercados financieros, tan sensibles ellos a la especulación y al hearsay con el comprensible recelo hacia nuestro país por parte de nuestros socios comunitarios, deseosos de marcar las distancias y evitar un posible contagio de los cerdos en sus mercados supuestamente mas sanos.

La ilusión de haber dejado de ser los parias de Europa tras unas décadas de bonanza y crecimiento parece haber llegado a su fin. Recuerdo oir a un primo de mi abuela, refugiado republicano en Francia tras la Guerra Civil y que por los caprichosos azares de la vida y la mala suerte acabo prisionero en el campo de concentración nazi de Matthausen, que contaba como los españoles eran tratados aun peor que los judíos y los homosexuales, que como todo el mundo sabe, ocupaban el escalón mas bajo entre los Untermenschen o seres infrahumanos. En el campo, eramos conocidos como die Schweine des Kommandanten, o sea, los cerdos del comandante, como cuenta Pons Prades, uno de sus compañeros de fatigas en aquel lugar, en su libro homónimo.

Setenta años mas tarde volvemos a ser los cerdos de nuestros vecinos ricos, aunque ahora sea en forma de disimulado acrónimo.

2 comentários:

  1. Meravellosa anàlisi, Josep Lluís. Res a polemitzar amb tu! Només caldria afegir, si de cas, alguna referència als dos suvmoviments 15-M: el que va durar fins al 22-M (dia de les eleccions) i el que ha decidit prosseguir (i que la gent comença a veure com a desenfaenats amb ganes de marejar el credo...).

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