segunda-feira, 6 de junho de 2011

Junio

Conforme ha ido llegando el frío han ido saliendo de los armarios y rincones mas inverosímiles edredones, colchas y alguna que otra manta robada del avión con el logo de la aerolínea.

La colcha que ahora tengo puesta en mi cama, que yo digo que es de pelo de camello pero que en realidad es una de esas mantas como las que anunciaba hace años Rasilán o Reig Martí por la televisión (aquellos anuncios que le daban ganas a uno de meterse en la cama a las 6 de la tarde), fue de Matt antes que mía. Se la cambié por una mas fina que había comprado en Tok & Stok y que a mí me daba cierto repelús por su suavidad aterciopelada. Cuando se trata de mantas, las quiero gruesas y pesadas, con ese sabor de cama antigua de pueblo aislado en valles perdidos bajo inviernos agresivos como los que imagino que deben de ser en el interior del estado de Minas Gerais. Cuando llega el frío me gusta sentirme bien empaquetado bajo las mantas y sábanas, bien remetiditas a mis pies bajo el colchón, parcialmente incapaz de moverme y sintiendo el peso de las varias capas colocadas encima de mis extremidades.

A pesar de llevar ya cuatro años aquí, aún me cuesta acostumbrarme a que en junio empiece el invierno mientras que las vacaciones de verano tienen lugar en el mes de enero. Sobre todo se me hace raro porque como en julio me cojo vacaciones y me voy a Valencia, donde no podia ser mas caliente, mentalmente ya tengo puesto el chip de sol y playa, a pesar de que por las calles solo veo gente con chaquetas y bufandas. Como por otro lado, las casas aquí no están especialmente preparadas para el invierno, acabas pasando más frio en casa que en la calle. Algo parecido a lo que me pasaba cuando comparaba las casas de Alemania, donde acostumbraba a andar descalzo por la casa y en mangas de camisa en dias de nieve, con el piso de Valencia.

Por otro lado, las Navidades y el fin de año, que para mí son sinónimo de frío y de invierno, aquí se relacionan automáticamente con el sol y la cervecita en la playa. Así, en enero todo el mundo se va de vacaciones a la costa, o como aquí dicen, al litoral. Ni siquiera los mas pobres renuncian a ese pequeño lujo, aunque en este caso se conforman con comerse su pollo asado con farofa a la sombra de una sombrilla en lugares indescriptibles como Praja Grande, que sería el equivalente nuestro al Benidorm tomado al asalto en cuanto llega el calor por las hordas proletarias. La clase media paulistana, por su parte, se dispersa por otros destinos a lo largo y ancho del litoral Norte y del litoral Sur, ambos salpicados de ciudades costeras famosas por sus urbanizaciones, resortes y pousadas como São Sebastião, Juquehy, Guarujá (también llamado "Guarujalem", por la cantidad de judíos que los fines de semana y fiestas de guardar cambian el barrio de Higienópolis en São Paulo por el apartamento o chalet en la playa). A diferencia de las playas españolas, mucho más democratizadas por el turismo masivo de clase media y trabajadora, en Brasil la mayor parte de la oferta de playa, sean restaurantes, tiendas de bikinis y pareos, supermercados etc sufre una inflacción en sus precios que termina por elitizar esos destinos y excluir a las clases menos favorecidas. Los pobladores habituales de esas poblaciones costeras, también llamados caiçaras de manera un tanto despectiva por los visitantes, generalmente pescadores y gentes humildes venidas de la región nordestina- morenos de piel y cuyo única vestimenta acostumbra a ser una bermuda y chancletas havaianas, encuentran su paga extra de verano poniéndose al servicio de los paulistas veraneantes.
Por su parte, los más afortunados y solventes escogen destinos algo más alejados -y por tanto, mas exclusivos- y ponen rumbo por tierra, mar y aire, en compañía de las babas uniformizadas de blanco encargadas de cuidar de los niños mientras las mamas se tostan al sol, hacia lugares paradisíacos como Búzios, Paratí o las islas privadas de la región de Ilha Grande y Angra dos Reis.

Ahora, con la llegada del invierno, mientras en Europa todo el mundo ya está con los ojos puestos en los destinos costeros y cálidos de un Sur devaluado e insolvente, más barato que nunca, son las montañas los destinos preferidos por los paulistas. Rincones verdes como los balnearios de Aguas de Lindoia, Serra Negra o Campos de Jordão, esta última, ciudad disneylandiana que parece de cartón piedra y que se diría trasplantada directamente de Suiza por su arquitectura de imitación de los chalets alpinos y su pseudo-centro histórico lleno de chocolaterias y cervecerias del mas puro estilo teutón.

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